El Regalo del Sacrificio de Cristo
LA EUCARISTÍA Y SAN PEDRO JULIÁN EYMARD
Si se le preguntara a una persona católica normal: “¿Qué
imagen se forma en su mente cuando escucha la palabra
Eucaristía?” la respuesta, sin duda, revelaría los diversos
aspectos del Sacramento. Por ejemplo, la imagen que se me
ocurriría es la del sacerdote inclinándose levemente sobre la
hostia y el cáliz en el altar, diciendo: “Este es mi cuerpo…
entregado por ustedes…. Este es el cáliz de mi sangre...derramada por ustedes”. Por otra parte, tal vez la imagen es la de una fila de personas acercándose al sacerdote celebrante y recibiendo la hostia consagrada con una afirmación de fe
“Amen”. También, la imagen del Sagrario en el que se guarda a
Jesús Sacramentado y ante el cual, la gente reza en silencio. Por supuesto, estos son algunos de los muchos ejemplos posibles de las imágenes de la Eucaristía que nos vienen a la mente, por lo tanto esto revela la verdad o el aspecto del misterio Eucarístico.
El hecho es que, la Eucaristía es un Sacramento con muchas
riquezas espirituales. Empecemos con el primer ejemplo, el de la imagen que la palabra Eucaristía pudiera surgir en nuestra mente: la del sacerdote, en el momento de la consagración, diciendo, “Este es mi cuerpo…. por ustedes; este es el cáliz de mi sangre que será derramada por ustedes.” ¿Cuál es la verdad Eucarística en el momento de la consagración? Como todos sabemos, Jesús
instituyó la Eucaristía en la Última Cena. Esa Cena fue un ritual
en el que se conmemoraba un evento central de la historia del
pueblo Judío, su liberación de la esclavitud en Egipto. Cuando el pueblo Judío comió de esa cena ritual en la noche pascual,
no solamente recordaron un evento pasado sino también una
promesa profética de una liberación que estaba por llegar, una
liberación que sería más profunda, universal y definitiva. Este
es por tanto, el contexto en el que Jesús presenta el regalo de la Eucaristía. Durante el transcurso del ritual de la Cena, toma
pan sin levadura de la mesa y dice: “Este es mi cuerpo que será
entregado por ustedes.” Después, alzando una copa de vino,
dice: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna que
será derramada por ustedes….hagan esto en conmemoración
mía.” Con esas palabras sacramentales, Jesús se revela como el
verdadero cordero inmolado que quita los pecados del mundo.
Cuando Jesús habla de su cuerpo “entregado por ustedes” y de
su sangre “derramada por ustedes” nos muestra que, su muerte
en la cruz es un acto salvífico para la humanidad, un evento que
profundamente transforma y renueva la historia espiritual del ser humano.
Entonces, ¿qué sucede cuando hacemos lo que Jesús nos dijo
que hiciéramos en su memoria, es decir, cuando celebramos la
Eucaristía? Lo que “sucede” es la salvación, a través de la vida
y la muerte de Jesús en la cruz. Es decir, su entrega perfecta al
Padre por nosotros forma parte, de modo particular, en nuestro
momento histórico y entra en comunicación con nuestras vidas,
aquí y ahora. Ese sacrificio de Jesús nos es entregado a nosotros,
de manera sacramental, para que así tomemos parte en la entrega personal de Jesús; y, de este modo, podamos ser uno con él, en un acto de amor y alabanza de Dios Padre en el Espíritu Santo. Como refiere el Papa Benedicto XVI en su primera encíclica:
“La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús… nos
implicamos en la dinámica de su entrega”. Si esto es lo que
significa celebrar la Eucaristía, no es difícil comprender porque
la Misa, por medio de la muerte y la resurrección de Jesús que
penetra y transforma nuestras vidas, debe ser una parte central
en la vida Católica Cristiana.
San Pedro Julián Eymard hablaba con palabras conmovedoras
de la Eucaristía, como Sacramento por medio del cual la acción
salvadora de la muerte de Jesús alcanza y transforma nuestras
vidas. Esto se puede apreciar con unos pequeños ejemplos de
su pensamiento:
“El santo sacrificio de la Misa es la representación
de la cruz… Jesús descubrió la forma de entregarse
como víctima continuamente, hasta en su estado de
gloria.”
“La Santa Misa… es el acto más glorioso que se le
puede ofrecer a Dios,el más sagrado y más benéfico
para nosotros.”
“La Eucaristía representa, rememora, la muerte de
Nuestro Señor como acto de amor supremo y final…
no es nada menos que un derrame de amor desde el
Cenáculo.”
El profundo aprecio de Eymard por la Misa fue una constante en
su vida, y las primeras señales se manifestaron en su infancia.
Pedro Julián tuvo que esperar a cumplir doce años para poder
recibir su primera comunión – (las cosas eran más estrictas en
esos tiempos). Pero antes de esa edad, no había manera de evitar que sirviera en Misa, y se nos dice que lo hacía con frecuencia,
con mucho cuidado, piedad y alegría.
Hay mucho que reflexionar, con elogio y gratitud, sobre el
hecho de que la celebración de la Eucaristía prolonga la muerte
y resurrección de Jesús hasta nuestro tiempo y espacio. Durante
la Misa, estamos en constantemente relación con Jesús, victima
salvadora sacrificial y nuestro Señor resucitado. Por medio del
regalo de la Eucaristía – la Eucaristía como celebración litúrgica
y como Sacramento reservado – tenemos la oportunidad de vivir
constantemente en la presencia de Dios Padre por medio de la
presencia del Hijo y en el Espíritu Santo. Tal regalo – aunque
uno trate de decir algo especialmente significante de ello – no tiene palabras.
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